
Las lágrimas no se detuvieron, el regocijo era evidente. Algunos pensaban a quiénes abrazarían por primera vez en años. Otros, en la libertad de regresar a casa. Aquél estaba viéndose jugar con su hijo. Mientras todo esto ocurría hubo uno de ellos salió. Corrió y corrió sin detenerse. Mientras apretaba el paso lo divisó desde lejos y le hizo señas. Cuando El Maestro se detuvo, agrupó fuerzas para correr con más intensidad. Al acercarse, hizo lo que entendía que era lo menos que podía hacer. Se lanzó al suelo, besó sus pies y entre las lágrimas se escuchó la declaración. ¡Maestro no podía continuar sin regresar para sencillamente decirte... Gracias! Es que no puedo…El Maestro preguntó: “¿No eran diez?” Entre el llanto y el polvo, levantando la cabeza del suelo y asombrado por la pregunta, notó que los otros nueve nunca regresaron. Estaban tan maravillados por el milagro y la recién encontrada libertad que no les dio tiempo a regresar. Éste sí, tuvo razones de sobras para regresar. No podía seguir sin reconocer al dador del milagro.
Regresemos en este tiempo como familias para agradecer lo hecho por nuestro Dios. Por si acaso todavía no has contestado la pregunta, ésta es la respuesta Un Corazón Liviano en Agradecimiento le pesa mucho a Dios. Adorar a Dios no es barato… Cuesta la vida
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